Luchas de Abajo
Abril / 2011
Antonio porta
siempre su guajecito en el morral. Un pequeño recipiente que le acompaña donde
quiera que va guardado en la bolsa de tela bajo su brazo. Varias veces durante
el día saca el guaje del morral, le quita el pequeño tapón que lo cierra y
vierte parte de su contenido en la palma de la mano para después meterlo en su
boca. Tiene un saber amargo pero sabroso,
y siente nuevo vigor en su cuerpo y en su alma. Es un ahau,
aquello que guarda en el gaujecito, uno de los señores que nos acompaña y nos
cuida cada día. En las montañas del sureste mexicano, en los llamados Altos de
Chiapas, en Xoyeb y en otras comunidades indígenas tsotsiles continúan
conservando la sabiduría de los ancestros y su relación con la madre tierra. En
su resistencia al mal llamado desarrollo, a la modernidad y a los planes de
grandes multinacionales en sus tierras les acompañan los ahau, los
señores que pueblan el mundo desde tiempos inmemoriales y conviven con los
seres humanos, con los hombres y mujeres de maíz. Ellos, los ahau, sólo
piden ser respetados para otorgar su protección. Uno de ellos, el piliko,
acompaña al pueblo tsotsil en su caminar diario.
Antonio es hijo de
un ilol. Así son llamadas aquellas personas que pueden dialogar con los ahau.
Son los propios ahau quienes muestran el camino al ilol para
conocer su sabiduría, un camino a través de los sueños. Así supo Antonio de su
padre: “Dicen que el piliko se les mostró en su sueño, aunque ya no
sabemos exactamente quién lo inició. Mi papá y los otros ancianos me dijeron
que en su sueño se les enseña”. Los ilol son los encargados de elaborar
el piliko, de prepararlo para su cometido. En el abrupto territorio de
los Altos de Chiapas, durante siglos, las comunidades indígenas se han
desplazado por los cientos de senderos que unen las distintas comunidades,
senderos que guardaban muchos peligros, y el pukuj era el responsable de
todos ellos: “Aquí en Xoyeb un sobrino mío se encontró en el camino al pukuj
y empezó a gritar, pero rápido fue mi papa a socorrerlo con el piliko.
Lo comió un poco, se lo puso en la boca, empezó a soplar al pukuj y
desapareció”.
La conjunción
de las plantas sagradas
El piliko
es una combinación de plantas sagradas que crecen en los Altos de Chiapas. Sólo
el ilol conoce todo lo que necesita y la cantidad exacta, así como el
proceso de preparación. Pero lo que sí es conocido por todos es el ingrediente
fundamental: el moi. También llamado bankilal (hermano mayor) es
una planta de la familia del tabaco que se da en esta región montañosa. El moi
es un ahau también. Y como ahau que es elige nacer en lugares de
mucha fuerza espiritual y en las puertas de los hogares. Es un cuidador,
protege las casas y las familias de aquellos que le respetan. Es el ingrediente
principal del piliko y es al que el pukuj teme, cuando ambos se
encuentran luchan y eso es algo que no se puede olvidar en el proceso de
elaboración: “En la preparación del piliko el bankilal se
machuca. Dicen que no se tiene que hacer muy finito, que quede con las ramitas,
que no sean sólo las hojas, tiene que mantener su consistencia, su fuerza para
enfrentarse al pukuj.” No sólamente protege a nivel espiritual, también de los
males físicos, incluso durante el proceso de elaboración se pueden obtener
beneficios. Como nos cuenta el propio Antonio se aprovecha todo: “Cuando lo
preparan, lo exprimen bien y el líquido se lo ponen en los granos o
enfermedades de la piel, sirve también para los hongos de los dedos de los
pies. También le ponen ajo, para que su poder sea más efectivo. Ya cuando lo
tienen listo lo ponen en el guajecito.”
El pukuj
antes y ahora
Desde el principio
de los tiempos los hombres y mujeres de maíz han sido atormentados por el pukuj
de diferentes maneras. Una víbora agresiva tapando el camino, una piedra que
cae de la montaña, un llanto en la noche que confunde y asusta en los años
actuales son representados por paramilitares robando cosechas y atacando a las
comunidades organizadas, a planes de desarrollo que obligan a abandonar las
tierras en manos de concesiones mineras, macroproyectos de represas, empresas
agroalimentarias, a programas de apoyo a comunidades que condicionan una
miseria a la afiliación al partido político de turno, a la persecución de las
prácticas tradicionales de cultivo por nuevas y más productivas basadas en el
uso de agroquímicos. Presiones, ataques, amenazas que ya no sólo afectan a la
persona en su caminar por los senderos sino que buscan alejar a todo el pueblo tsotsil
de las prácticas que le dan significado e identidad, que lo unen a la madre
tierra. La lucha por mantener la cultura tradicional tsotsil se ha
convertido en la principal oposición ante el nuevo plan de despojo de estas
tierras en principio no reclamadas por los grandes intereses y ahora requeridas
tras desvelar la inmensa riqueza mineral que albergan estas majestuosas
montañas. Un despliegue espectacular de recursos y engaños con la intención de
sacar a las comunidades indígenas de sus tierras ha llevado a muchos a pensar
que el pukuj ya controla los diferentes gobiernos. Por lo tanto es un
tiempo para no salir sin tu guajecito con piliko.
El guajecito
Dentro del ritual
del piliko, el mismo recipiente tiene un papel fundamental. No es un
recipiente común. Es el fruto de una planta que tiene una dificultad especial
para sembrarse y crecer. De hecho en los Altos no se da esa planta, son las
comunidades que viven en la llamada “tierra caliente”, bajando de las montañas
en dirección a los grandes valles o cerca de la selva Lacandona, las que lo
cultivan y lo comercian. Desde que se adquiere uno por su portador no debe
cambiarse mientras su estado permita su uso. Se crea un vínculo entre el piliko,
el guaje y su dueño. Aunque el piliko se puede compartir con otras
personas sólo el dueño del guajecito puede manipularlo, Antonio nos habla de la
manera en que se comparte el piliko respetando al ahau: “Otro
cosa importante, cuando el dueño del piliko lo comparte debe ofrecerlo
sin cerrarlo hasta que todos hayan tomado, él tiene que abrir y quitar la tapa
del guajecito.” Es tan fuerte el vínculo que une al dueño con su guajecito y al
piliko que en la muerte también se acompañan: “El que muere se lleva su piliko
así (agarrado entre sus manos en el
pecho), cuando murió mi papá se llevó su guajecito y dejó éste de recuerdo
(Antonio lo sostiene en su mano). El piliko nos lo tenemos que llevar
allá en el otro mundo.” Allá también nos protegerá y además será prueba de que
respetamos la madre tierra y nos merecemos descanso.
El más allá y
el más acá
El piliko
se asemeja en forma y textura a la yerba mate del cono sur. Tras ser tomado
deja un leve rastro de polvo verde en la palma de la mano de las personas.
Siempre hay que sostener el guaje con la mano izquierda y servir sobre la palma
de la mano derecha. Antonio nos explica qué tan importante es este gesto:
“Igual cuando nos morimos y llegamos al otro mundo nos piden la mano derecha
para ver si hay huella del piliko y si la tenemos nos merecemos descanso
allá y si no, nos ponen a trabajar.” El descanso, en la laboriosa vida de las
comunidades campesinas indígenas, es la gran recompensa de la otra vida.
Mientras tanto en ésta las preocupaciones son otras: “Ahora los jóvenes ya no
muy lo toman en cuenta y también las religiones y la escuela o la educación
llegaron y desvalorizaron al piliko. Dicen que el piliko no
sirve, no tiene fuerza ni poder, que es una cuestión de locos.” Por su parte
los ancianos lo siguen teniendo más que claro: “Antes no se conocían perfumes,
sino el piliko. Dicen los ancianos que antes se vivía muchos años, se
bañaban en el líquido del piliko y el pukuj huía asustado. Aunque
el perfume da un aroma rico, no da una vida larga. Ahora en cambio la
posibilidad de vida ya es muy corta.” Antonio concluye: “Yo digo que el piliko
es puro gusto, pues así vivían nuestros padres y madres y los identifica como tostsiles
y además es un buen medicamento contra las enfermedades.”
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