domingo, 18 de marzo de 2012

El Piliko y el Pukuj: la protección y la amenaza en los Altos de Chiapas


Luchas de Abajo
Abril / 2011
 
Antonio porta siempre su guajecito en el morral. Un pequeño recipiente que le acompaña donde quiera que va guardado en la bolsa de tela bajo su brazo. Varias veces durante el día saca el guaje del morral, le quita el pequeño tapón que lo cierra y vierte parte de su contenido en la palma de la mano para después meterlo en su boca. Tiene un saber amargo pero sabroso,  y siente nuevo vigor en su cuerpo y en su alma. Es un ahau, aquello que guarda en el gaujecito, uno de los señores que nos acompaña y nos cuida cada día. En las montañas del sureste mexicano, en los llamados Altos de Chiapas, en Xoyeb y en otras comunidades indígenas tsotsiles continúan conservando la sabiduría de los ancestros y su relación con la madre tierra. En su resistencia al mal llamado desarrollo, a la modernidad y a los planes de grandes multinacionales en sus tierras les acompañan los ahau, los señores que pueblan el mundo desde tiempos inmemoriales y conviven con los seres humanos, con los hombres y mujeres de maíz. Ellos, los ahau, sólo piden ser respetados para otorgar su protección. Uno de ellos, el piliko, acompaña al pueblo tsotsil en su caminar diario.




Antonio es hijo de un ilol. Así son llamadas aquellas personas que pueden dialogar con los ahau. Son los propios ahau quienes muestran el camino al ilol para conocer su sabiduría, un camino a través de los sueños. Así supo Antonio de su padre: “Dicen que el piliko se les mostró en su sueño, aunque ya no sabemos exactamente quién lo inició. Mi papá y los otros ancianos me dijeron que en su sueño se les enseña”. Los ilol son los encargados de elaborar el piliko, de prepararlo para su cometido. En el abrupto territorio de los Altos de Chiapas, durante siglos, las comunidades indígenas se han desplazado por los cientos de senderos que unen las distintas comunidades, senderos que guardaban muchos peligros, y el pukuj era el responsable de todos ellos: “Aquí en Xoyeb un sobrino mío se encontró en el camino al pukuj y empezó a gritar, pero rápido fue mi papa a socorrerlo con el piliko. Lo comió un poco, se lo puso en la boca, empezó a soplar al pukuj y desapareció”.


La conjunción de las plantas sagradas
El piliko es una combinación de plantas sagradas que crecen en los Altos de Chiapas. Sólo el ilol conoce todo lo que necesita y la cantidad exacta, así como el proceso de preparación. Pero lo que sí es conocido por todos es el ingrediente fundamental: el moi. También llamado bankilal (hermano mayor) es una planta de la familia del tabaco que se da en esta región montañosa. El moi es un ahau también. Y como ahau que es elige nacer en lugares de mucha fuerza espiritual y en las puertas de los hogares. Es un cuidador, protege las casas y las familias de aquellos que le respetan. Es el ingrediente principal del piliko y es al que el pukuj teme, cuando ambos se encuentran luchan y eso es algo que no se puede olvidar en el proceso de elaboración: “En la preparación del piliko el bankilal se machuca. Dicen que no se tiene que hacer muy finito, que quede con las ramitas, que no sean sólo las hojas, tiene que mantener su consistencia, su fuerza para enfrentarse al pukuj.” No sólamente protege a nivel espiritual, también de los males físicos, incluso durante el proceso de elaboración se pueden obtener beneficios. Como nos cuenta el propio Antonio se aprovecha todo: “Cuando lo preparan, lo exprimen bien y el líquido se lo ponen en los granos o enfermedades de la piel, sirve también para los hongos de los dedos de los pies. También le ponen ajo, para que su poder sea más efectivo. Ya cuando lo tienen listo lo ponen en el guajecito.”


El pukuj antes y ahora
Desde el principio de los tiempos los hombres y mujeres de maíz han sido atormentados por el pukuj de diferentes maneras. Una víbora agresiva tapando el camino, una piedra que cae de la montaña, un llanto en la noche que confunde y asusta en los años actuales son representados por paramilitares robando cosechas y atacando a las comunidades organizadas, a planes de desarrollo que obligan a abandonar las tierras en manos de concesiones mineras, macroproyectos de represas, empresas agroalimentarias, a programas de apoyo a comunidades que condicionan una miseria a la afiliación al partido político de turno, a la persecución de las prácticas tradicionales de cultivo por nuevas y más productivas basadas en el uso de agroquímicos. Presiones, ataques, amenazas que ya no sólo afectan a la persona en su caminar por los senderos sino que buscan alejar a todo el pueblo tsotsil de las prácticas que le dan significado e identidad, que lo unen a la madre tierra. La lucha por mantener la cultura tradicional tsotsil se ha convertido en la principal oposición ante el nuevo plan de despojo de estas tierras en principio no reclamadas por los grandes intereses y ahora requeridas tras desvelar la inmensa riqueza mineral que albergan estas majestuosas montañas. Un despliegue espectacular de recursos y engaños con la intención de sacar a las comunidades indígenas de sus tierras ha llevado a muchos a pensar que el pukuj ya controla los diferentes gobiernos. Por lo tanto es un tiempo para no salir sin tu guajecito con piliko.



El guajecito
Dentro del ritual del piliko, el mismo recipiente tiene un papel fundamental. No es un recipiente común. Es el fruto de una planta que tiene una dificultad especial para sembrarse y crecer. De hecho en los Altos no se da esa planta, son las comunidades que viven en la llamada “tierra caliente”, bajando de las montañas en dirección a los grandes valles o cerca de la selva Lacandona, las que lo cultivan y lo comercian. Desde que se adquiere uno por su portador no debe cambiarse mientras su estado permita su uso. Se crea un vínculo entre el piliko, el guaje y su dueño. Aunque el piliko se puede compartir con otras personas sólo el dueño del guajecito puede manipularlo, Antonio nos habla de la manera en que se comparte el piliko respetando al ahau: “Otro cosa importante, cuando el dueño del piliko lo comparte debe ofrecerlo sin cerrarlo hasta que todos hayan tomado, él tiene que abrir y quitar la tapa del guajecito.” Es tan fuerte el vínculo que une al dueño con su guajecito y al piliko que en la muerte también se acompañan: “El que muere se lleva su piliko así (agarrado  entre sus manos en el pecho), cuando murió mi papá se llevó su guajecito y dejó éste de recuerdo (Antonio lo sostiene en su mano). El piliko nos lo tenemos que llevar allá en el otro mundo.” Allá también nos protegerá y además será prueba de que respetamos la madre tierra y nos merecemos descanso.


El más allá y el más acá
El piliko se asemeja en forma y textura a la yerba mate del cono sur. Tras ser tomado deja un leve rastro de polvo verde en la palma de la mano de las personas. Siempre hay que sostener el guaje con la mano izquierda y servir sobre la palma de la mano derecha. Antonio nos explica qué tan importante es este gesto: “Igual cuando nos morimos y llegamos al otro mundo nos piden la mano derecha para ver si hay huella del piliko y si la tenemos nos merecemos descanso allá y si no, nos ponen a trabajar.” El descanso, en la laboriosa vida de las comunidades campesinas indígenas, es la gran recompensa de la otra vida. Mientras tanto en ésta las preocupaciones son otras: “Ahora los jóvenes ya no muy lo toman en cuenta y también las religiones y la escuela o la educación llegaron y desvalorizaron al piliko. Dicen que el piliko no sirve, no tiene fuerza ni poder, que es una cuestión de locos.” Por su parte los ancianos lo siguen teniendo más que claro: “Antes no se conocían perfumes, sino el piliko. Dicen los ancianos que antes se vivía muchos años, se bañaban en el líquido del piliko y el pukuj huía asustado. Aunque el perfume da un aroma rico, no da una vida larga. Ahora en cambio la posibilidad de vida ya es muy corta.” Antonio concluye: “Yo digo que el piliko es puro gusto, pues así vivían nuestros padres y madres y los identifica como tostsiles y además es un buen medicamento contra las enfermedades.”

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